Historias de San Luis: despensas
Por Nino Romero
La semana anterior en la columna titulada “por la Chacabuco” recordaba que muchos de los lugares allí descriptos, los conocí por una cuestión de proximidad, ya que estaba refiriéndome a mi barrio.
Mi casa está ubicada en la calle Mitre, entre 9 de Julio y Ayacucho. Las únicas modificaciones que tiene el frente son un cartel oxidado de algún negocio que funcionó y el portón de un garaje.
Porque antes todo ese frente era el taller de plomería, hojalatería y gas de mi padre, Juan Cruz Romero. Una puerta doble hoja de entrada y detrás del taller estaba y está ubicada la vivienda. Un gran mesón, mesas más chicas y herramientas de la profesión eran la decoración del lugar de trabajo de Don Juan. Nada de eso quedó.
Pero en realidad lo que quiero contar es que era una zona de despensas, de almacenes.
Muchos negocios de este tipo en un radio de pocas cuadras.
Eran lugares dónde encontrabas no solo alimentos y bebidas sino también calzado, útiles escolares, artículos de bijouterie y algún que otro reloj de marca, incluyendo por supuesto artículos de limpieza y perfumería. Y muchos tenían anexada una carnicería también.
En la esquina de 9 de Julio y Caseros estaba ubicado el almacén de don Julio Sosa, que cuando dejó de trabajar tuvo continuidad con Rolo, el hijo de don Julio.
Fue un emprendimiento familiar de muchos años.
Siguiendo la actual mano de circulación de la calle 9 de Julio, en la esquina Este con Mitre estaba el almacén de Roberto Baigorria.
Actualmente esa esquina está abandonada, al igual que un local por 9 de Julio, vecino a este terreno, dónde Roberto trasladó su negocio transformándolo en autoservicio.
Siempre por 9 de Julio, pero en la esquina con Chacabuco, estaba Félix con su despensa.
Una aclaración, tal vez innecesaria pero válida. En estos lugares se trabajaba al contado o con la libreta.
¿Cómo qué es la libreta? La libreta del almacén era la tarjeta de débito o crédito de ahora.
El pasaporte mágico a las compras.
Ibas al negocio, y el dueño o la dueña anotaba en esa libreta de su puño y letra lo que habías llevado, para después hacer la cuenta cuando ibas a pagar.
La modalidad de pago la acordabas con ellos. Semanal, quincenal o mensual.
Y atentos, que la Libreta se sigue usando aún en muchos lugares.
Por eso en esta pandemia se generó una justa campaña a favor de los almaceneros para que no olvidáramos a la hora de comprar a la despensa del barrio, que muchas veces tienen mejores precios y calidad que las grandes cadenas de híper o supermercados.
Seguimos el recorrido, pero esta vez por Ayacucho. Entre Chacabuco y Mitre para no ir contramano, vereda izquierda, el almacén de la familia Cangiano.
Cómo olvidarnos de Ramón. Y pegadita, la casa de don Emilio Cangiano, que tenía la misma profesión que mi padre. Allí estaba él con su familia dónde ahora hay una confitería, locales comerciales y con entrada por la calle Mitre un edificio de departamentos.
Sí. En el lugar dónde está la Escribanía Cangiano. A ese lugar me refiero.
Vamos por Ayacucho, pero en la esquina con San Martín. Allí apareció Autoservicio La Colosal de los hermanos Berardi. En el lugar dónde está la papelería y artículos de Librería de Hugo Pecorari actualmente. Era un local amplio con un sistema de cajas modernizado.
Y ya que estamos, por Belgrano pasando San Martín fueron los comienzos comerciales de la familia Aiello.
A todos esos lugares he ido a hacer los mandados. Y sé que me he salteado varios, pero todos irán apareciendo. Porque seguro estarán pensando: ¿y la panadería de don Vega? Es un capítulo aparte le anticipé en otra columna. La zapatería de los hermanos Salomón por la calle Ayacucho. Grandes historias. Las seguiremos contando. Hasta la próxima.
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